Gabriel Giménez y la visión industrial: “Tenemos que recuperar la soberanía genética del cáñamo”
Vender semillas de cannabis es legal en la Argentina desde julio de este año y la novedad abre un potencial productivo para la industria: hablamos con Gabriel Giménez, del INASE, para entender qué significa.
Vender semillas de cannabis ya es legal en la Argentina. La resolución 260 del Instituto Nacional de Semillas habilitó la compra y venta de semillas de cannabis, esquejes y plantines que tengan inscripción de las variedades de especie. La iniciativa abre la puerta al desarrollo de una industria en la que Argentina tiene amplia experiencia y capacidades. Hablamos con Gabriel Giménez, director nacional de Articulación Federal del Instituto Nacional de Semillas (INASE), sobre el potencial que representa una industria nacional de semillas.
Cenital: ¿Qué oportunidades tiene Argentina en el desarrollo de una industria del cannabis?
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Gabriel Giménez: La cultura del cannabis en la Argentina es una cultura muy politizada en general y en particular. Creo que porque tiene que ver con una franja etaria, digamos, que peleaban por los derechos humanos y por la marihuana libre. Me parece interesante plantear el cannabis medicinal y el cannabis industrial en el eje del modelo de desarrollo. Argentina tiene un desarrollo voraz, increíble, pero no estaba normativizado producto del prohibicionismo. Los productores de cáñamo de la década del ´70 pasaron por la cárcel. Nosotros tenemos que recuperar la soberanía genética que teníamos ahí, con semillas que se usaban para desarrollo textil en la provincia de Buenos Aires, en Santa Fe como forraje para alimentar animales. Todo eso se perdió y arrancamos en declive, la verdad, en el plano del cáñamo industrial porque es una genética que claramente tenemos que ir a ver en un espejo que no es el argentino. Y Argentina tiene una historia de desarrollo productivo ahí. Y por otro lado el cannabis medicinal que claramente pone a Argentina como una potencia porque tiene una variedad y tiene moléculas que son las que se van a investigar de acá a veinte años, que es la identidad THC. Argentina está claramente identificado con esa identidad.
Decís que se perdió soberanía genética, ¿qué se perdió concretamente, material genético para uso industrial?
El germoplasma industrial. Argentina ya industrializaba ese cáñamo en la Linera Bonaerense y ahí empieza la industria del plástico a jugar un rol determinante a nivel internacional claramente. Porque la normativa prohibicionista tiene que ver con la industria del plástico. En ese momento ya se empezaba a pensar el cáñamo para la construcción, los bioplásticos como una alternativa. Y en ese sentido, eso en lo que Argentina fue potencia, o por lo menos mostraba economías regionales muy pujantes, se perdió.
¿Y se puede reconstruir?
Ese es el desafío. Que viene de la mano de recuperar la soberanía genética en el cáñamo. La otra industria me parece que es la industria del cannabis sativa en general, que tiene un potencial muy importante para la Argentina porque también se inscribe en el modelo de economía verde. Es un desafío agronómico, también, pensar la industria del cannabis en términos de una cadena de la agricultura.
Desde que se abrió el registro en el INASE, ¿hay cuatro variedades registradas hasta el momento?
Sí. Pongamos en contexto, la normativa no tiene ni siquiera un año. La resolución 5/21 del Ministerio de Salud y el INASE es una resolución a favor de una semilla nacional de un cultivo prohibido. Te diría que es casi una normativa de orden mundial. A partir de eso, la resolución 140 del Ministerio de Agricultura de la Nación insta al INASE a buscar germoplasma nacional de cannabis sativa L y registrarlo. Con eso, se rompieron 40 años de prohibicionismo con el cáñamo. A partir de ahí sale la norma 413, y aparece la figura de fitomejorador de cannabis.
¿Y eso qué significa?
Que vos antes como mejorador de cannabis podrías ir preso. Ahora podés hacer fitomejoramiento, ver qué variedad es la más estable en el lugar donde vos estás.
¿Eso es lo que habilita los breeders?
Claro. En ese contexto aparecen cuatro variedades nacionales de breeders y 70 más esperando el registro, donde el porcentaje es 75% nacionales y 25% extranjeras. Y después está la resolución 260 de 2022 que directamente establece las normas sobre cómo se comercializa la semilla de cannabis en Argentina. Es la que habilita a los grow shops o cualquier expendedor de semilla a vender variedades de cannabis sativa L registrada en INASE. De las cuales hay cuatro por ahora que cumplieron con todos los requisitos pero para fin de año vamos a tener cerca de una docena aprobadas.
¿Por qué es importante que Argentina habilite un registro para sus propias semillas?
Tener una semilla nacional significa no dolarizar el inicio de la cadena del producto porque tenés una identidad genética nacional. Y el que la consume puede saber de dónde viene, sabe a quién le puede pedir explicaciones si la medicina no funciona. El derecho a saber cómo se fabrica eso es importante, nos tenemos que apropiar de estos conceptos para que no sean discusiones de expertos.
¿Cómo es ese proceso de registro de las semillas? ¿Qué características tienen las semillas que están esperando el registro?
El proceso de registro es el mismo proceso que cualquier cultivador breeder tiene para registrarse en el INASE. En el caso de la genética de cannabis, lo que necesitás es que tu variedad sea única, homogénea, estable y que no esté registrada. Tenés que demostrar eso. El INASE, como organismo del Estado, es uno de los certificadores de semillas más importantes del mundo. Es uno de los organismos que norman los cultivos del mundo en términos de trazabilidad. En el caso del cannabis tenés que demostrar con 200 plantas o 100 esquejes que hay una identidad única estable y homogénea. Tiene esa normativa porque está bien que al inicio de la cadena haya valor agregado en el registro, porque le va a permitir a ese breeder la posibilidad en algún momento de poder comercializar su semilla en cualquier mercado que lo disponga.
¿Incluso exportar la semilla?
Claro, porque lo habilita el Registro Nacional de Comercio y lo podría hacer de acuerdo a las regulaciones vigentes en cada lugar del mundo.
¿Se puede pensar en un mercado nacional de semilla de cannabis?
Totalmente. Argentina es una industria mundial en desarrollo de semillas. Muchas de las variedades del mundo de la tecnología vienen a desarrollarla a la Argentina por la calidad de la mano de obra. Y también hay una historia de semilleros nacionales increíble en otros cultivos como soja, trigo, maíz, sorgo, papa semilla, algodón. Eso que es muy fuerte en Argentina, en cannabis es una posibilidad de construir una industria en encadenamiento. En los pueblos, muchas de las cooperativas son las que multiplican la genética y en cannabis se podría hacer así también.
En cuanto a los perfiles de personas o entidades que registraron semillas por ahora, ¿son más centros de investigación, gente que cultivaba de antes?
Tiene que ver con la cultura del prohibicionismo que hizo poner a nuestros cultivadores a investigar de manera clandestina. Conseguían una genética y la investigaban. Hay entidades de todo tipo en Argentina que hay que potenciar y que tienen que ver con la manera en la que culturalmente las economías regionales tienen una posibilidad con el cannabis en el encadenamiento.
¿Y qué hace falta para eso?
Tiene que haber planificación. El Estado tiene que intervenir como un socio potenciador, no como un socio burocrático. Que pensemos cómo acompañar a la industria. Sería dramático perdernos la oportunidad. En Uruguay no estuvo bueno el proceso industrial y me parece que es un modelo para no repetir en ese aspecto. Hay modelos de regulación en otros países, hay que ver cuáles son las cosas positivas y negativas. Argentina tiene una cultura agroindustrial muy importante y eso también nos pone en un lugar diferente.
¿Qué es lo que tomarías y lo que no repetirías de Uruguay?
Lo primero es que la normativa de Uruguay desde el punto de vista de los derechos humanos es probablemente la mejor del mundo. Y también tiene que ver con la historia industrial de cada país. Uruguay lamentablemente lo que hizo es exportar materia prima y cuando vos exportás materia prima exportás lo que tenés. Y lo que tenés no venía con una trazabilidad agronómica que es lo que “pide el mundo”. Entonces el precio te lo ponen ellos y te marcan cuál es el proceso y después el que se come los juicios cuando algo tiene más THC que el permitido es el Estado uruguayo. Además, la falta de planificación en el proceso industrial hace que los pequeños productores queden arruinados porque no pueden competir con los argentinos que tenían finca o que tenían licencia. Entonces el porro de verdad se hace nada más que para el club, para la farmacia. Que no está mal, está bien. Pero Argentina le puede poner valor agregado al inicio de la cadena y en cualquiera de sus partes. Hay que articular a las provincias en una planificación federal, no competir entre ellas porque lo que tiene el cannabis es que es una economía colaborativa. Es pensar qué volumen de producción y qué socios estratégicos elegimos.
¿Qué socios podrían ser?
Argentina tiene de socio estratégico a Brasil, que no va a regular el cannabis. El cannabis ilegal lo tiene por Paraguay y el medicinal lo tiene regulado por Argentina. Imaginate que vos pudieras desarrollar el lúpulo para el mercado brasilero de tomadores de cerveza. Bueno, tenés la prima hermana del lúpulo, el cannabis. Es un potencial para la industrialización de todo tipo. El mundo va a demandar, por eso hay que abrir, no hay que cerrar. En eso me parece que lo que hace Marcelo Morante (coordinador Programa Nacional de los usos medicinales del Cannabis del Ministerio de Salud) y la ministra de Salud, Carla Vizzotti, es una pelea frente a una ley que en realidad habría que modificar desde la ley penal, no desde un programa de cannabis medicinal.
¿Cómo se puede trabajar el vínculo con el sector privado?
Cuando vos te sentás con los empresarios te hablan de 30, 40, 60 millones de dólares pero nunca se habla de los cultivadores, de cómo van a ser los primeros cuatro cinco años hasta que el mercado demande lo que vos tenés, para no tener el problema que tuvo Uruguay, que no pudo planificar esta parte. Eso de darle valor agregado para que no te marquen cuánto es el valor de tu producto. Lo hacés vos, lo garantizás vos.
¿Y en esa primera etapa te parece que el rol de impulsor lo tiene que jugar el Estado?
Creo que hay que hacer una alianza estratégica con el sector privado de verdad. Cuando digo de verdad me refiero a que no salga perdiendo siempre el Estado. Creo que hay una posibilidad porque el Estado está normando la industria, la está impulsando, y puede jugar un rol estratégico. Para ser claro: si el mejoramiento lo va a hacer el INTA que cobre lo mismo que cobraría un privado. Involucrando a las universidades, a las organizaciones federales de nuestro país que tienen un trabajo impresionante.
Vos identificaste al de Uruguay como un modelo basado en derechos. ¿Creés que Argentina puede avanzar en un modelo más productivo? Y, en ese caso, ¿a qué países tendríamos que mirar?
Tengo una mirada muy peronista en eso. El cannabis lo que tiene es el impulso a las economías regionales. Cuando tengamos más productores, más cultivos, es cuando vamos a construir un modelo de desarrollo mucho más complementario. Pensándolo desde un punto de vista de un capitalismo productivo. Cuando vos tenés concentración puede ser muy bueno el modelo, pero es para pocos. Y hay modelos así: Estados Unidos. El modelo industrial de producción es excelente, pero concentrado. Argentina tiene la posibilidad de ponerlo en la economía regional a partir de la identidad que le quiera dar cada economía regional. Porque tenemos un potencial en la cadena que es muy importante. No hay que mentirle a los cultivadores ni a los productores: hay que planificar, hay que pensar la industria. Fijate en la agronómica de los pueblos, ¿qué tenés? El ingeniero, el que te vende las semillas, el de insumos, el que asesora y planifica el cultivo. Eso es el cannabis en cadena. Y no poner a las cooperativas como el único modelo productivo. La cooperativa puede ser para la gestión, hay modelos cooperativos que son fantásticos pero no puede ser la única herramienta, tenés las sociedades anónimas. No hay que ser ortodoxo. Podemos jugar de verdad con un modelo verde.
¿En qué sentido verde?
Verde en un sentido de equilibrio. Si hay para todos en este negocio, ¿por qué vamos a hacer que a los trabajadores de las provincias les paguen 60, 80 mil pesos como le pagan a un trabajador agrario? No, nivelemos para arriba. Ese es el potencial de las economías regionales pero también es la parte negativa de esas economías si no se planifica. Pensá en el vino, en el valor agregado de la Argentina que tiene una marca mundialmente reconocida. ¿Y los trabajadores cuánto se llevan de eso? Pero no es solo en vino, son muchos los sectores donde pasa eso. Es este fenómeno, que tenemos trabajadores formales con salarios bajos y se produce una fragmentación social.
¿Y cómo se hace para evitar que la industria del cannabis reproduzca esa lógica?
El cannabis tiene una identidad cultural única. Parecida a cosas como cuando fue la explosión del software libre. Me parece que en cannabis existe la posibilidad de pensar en términos de un modelo sustentable ambientalmente. La potencialidad que tenemos es la extensión del territorio. A nosotros nos piden registro de variedades de cáñamo desde Santa Cruz hasta La Matanza. Cuando avancemos en ese registro de cáñamo vamos a tener que empezar a tercerizar la identidad, también, porque el cáñamo necesariamente vamos a tener que importar alguna genética para poder fortalecer nuestra industria, desde Colombia, Polonia, EEUU, República Checa. Y es importante porque Argentina necesita investigar para ver cuál es la identidad en cada parte de la industria que se elija. Tenemos capacidad pero es a mediano plazo, no es que mañana va a explotar esto. Mientras tanto, hay que blanquear lo que está por afuera. Con eso solo duplicaríamos los márgenes de las propuestas que había en el Ministerio de Desarrollo Productivo cuando se planteaba cómo iba a ser la industria de acá a cinco años.
Mencionaste antes la cuestión de los hongos, ¿forma parte de alguna agenda de trabajo o por estar fuera del mundo vegetal queda fuera del rango del INASE?
Sí, queda un poco fuera del rango de acción, se puede ver porque hay jurisprudencia para todo. Pero lo más importante es que hay un Estado que está investigando. Está el CIEFAP en la Patagonia trabajando con hongos, en términos de insumo en biodiversidad. La medicina lo está estudiando hace mucho tiempo y por supuesto se va a normar porque se está pensando en el mundo. Lo que creo es que Argentina tiene un potencial en los recursos genéticos y que tenemos que pensar en los recursos genéticos como parte de la soberanía. Esa es la disputa. Los recursos genéticos de los pueblos de América Latina, y en particular en Argentina, están hace mucho tiempo en disputa. Me parece que una política nacional y popular también tiene que interpelar eso. Los países desarrollados del mundo no lo discuten, lo ejecutan. Miremos el caso de Noruega y su banco de semillas guardado ahí como un arca de Noé, ¿por qué nosotros no podríamos tener uno de esos en la Patagonia? Si no corremos los límites de lo posible es muy difícil pensar en la Argentina de hoy.
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